El futuro, desde el pasado, en el presente actual

El 29 de octubre de 2019 se cumplieron cincuenta años del día en que Leonard Kleinrock envió el primer paquete de datos por Internet, desde un ordenador de la Universidad de California en Los Ángeles a otro en el Stanford Research Institute, a 600 kilómetros de distancia.

Tenía que escribir “Log”, llamó para comprobar si había llegado, pero el mensaje se colgó y sólo llegó “Lo”.

Cincuenta años después, el mismo día, el Instituto Nacional de Estadística  anuncia que durante ocho días seguirá la pista de los móviles de toda España. Con esta información se podrá conocer cuántos ciudadanos se mueven de un municipio dormitorio a una ciudad; qué número de personas trabaja en el mismo barrio donde vive o en uno distinto; de dónde viene la gente que trabaja en una zona, o cómo fluctúa la población en un recuadro a lo largo del día.

¿Era el pasado  hace cincuenta años? Para los “millennials” la generación que ha estado marcada por un mayor uso y familiaridad con las comunicaciones, los medios de comunicación de masas y las tecnologías digitales, seguramente, si, pero…

Las personas que nos encontramos en los alrededores de la edad de jubilación en 2019, que no somos ni pocos, ni menospreciables, estábamos en 1969 saliendo de la pubertad y entrando de lleno en la juventud, que como ahora, se creía superior y dispuesta a cambiarlo todo con su fuerza, modernidad, ideas innovadoras y desdén por las generaciones anteriores, que eran como la vida en blanco y negro frente a la vida en tecnicolor que estábamos inventando.

No voy a recordar aquí los grandes hitos de nuestra generación (el mayo del 68, la música pop, los hippies y tantos otros y nuestra propia inexperiencia), pero sí cómo los “mayores”, que vivimos la mitad de nuestra vida sin teléfonos móviles o con los primeros móviles nada inteligentes, sin ordenadores, sin siquiera fax, con necesidad de secretarias que pasaran a máquina los informes, contratos, notificaciones, etc. avanzamos, con el trabajo de todos, en la adaptación de los medios a nuestro alcance, su explotación y desarrollo futuro para disfrute propio y de las generaciones venideras, las  actuales.

El inicio del uso de la cibernética, grandes ordenadores en espacios aislados térmica y acústicamente, dio lugar a la aparición de nuevos empleos desconocidos hasta entonces, recuerdo a las personas especialistas en la perforación de tarjetas de cuarenta columnas que en grandes ficheros alimentaban de información a los ordenadores (computadoras en el lenguaje de la época) para hacer la nómina mensual de grandes empresas o el cálculo del valor de los Fondos de Inversión Mobiliaria por ejemplo, que al poco tiempo se quedaron obsoletas gracias a los avances técnicos (medios ópticos y magnéticos de información) y desaparecieron.

Lo que quiero resaltar es que desde hace cincuenta años se vienen produciendo situaciones de desarrollo muy rápido en que, como ahora, hubo que inventar nuevas profesiones casi inimaginables, adaptarse a su ciclo vital, a veces muy corto y aprender a sobrevivir laboralmente  con ellas sin menospreciar a los que no iban en el carro de la avanzadilla vanguardista.

En nuestro presente actual disponemos de Smartphone rapidísimos con 4G y al borde de la locura en velocidad con los 5G, nos podemos comunicar con WhatsApp, los SMS ya son casi residuales, Instagram o Facebook, con el horror obsesivo de los like y los followers y con lo que es lo último de lo último, el Twitter que permite enviar mensajes de texto plano de hasta 280 caracteres o tuits (inicialmente fueron 140), con cifras espeluznantes de uso cotidiano en todos los ámbitos de actuación social en el mundo. Quienes no están en esta “onda”, la de los “millennials”, ni son modernos, ni están a la altura de los tiempos que vivimos.

Por cierto que, las teóricas ventajas de enviar mensajes por Twitter, rapidez, visibilidad, o expresión instantánea de opiniones sobre lo humano y lo divino, a la vista de  los que conocemos públicamente por su contenido llamativo o por provenir de personajes públicos ponen mayoritariamente  de manifiesto varias constataciones:

.- La incapacidad intelectual de muchos de sus usuarios para resumir de forma clara e inteligible un pensamiento u opinión. Esta cualidad no nos viene de serie, hay que aprenderla y entrenarla.

.- El desconocimiento flagrante del uso de la gramática y de la ortografía de muchos de sus usuarios. También hay que estudiarlas y practicarlas.

.- La impunidad intelectual con la que se emiten opiniones inaceptables que luego se borran sin empacho alguno. Es decir  la horrorosa falta  de respeto y sentido común que proporciona la sensación del anonimato en la libertad de expresión.

Con este repaso sucinto debemos reflexionar sobre el futuro y poner una dosis de humildad pensando que, a la velocidad que evoluciona la técnica, con el desarrollo de la Inteligencia Artificial, la rápida evolución de los algoritmos, el probable y preocupante desarrollo de microimplantes neurológicos, avances genéticos, etc. no va a ser necesario que pasen otros cincuenta años para que los avanzados de la actualidad se queden rezagados y nuevas generaciones los consideren menospreciables por no estar a la última.

Hay que disfrutar de lo que tenemos en el presente, pero sin dejar de reflexionar en cómo será el futuro: qué nuevas profesiones será necesario inventar de las que apenas sabemos nada, cómo será la forma de trabajar en el futuro, presencial o a distancia, con qué horarios, con qué retribuciones y en función de qué parámetros, en qué idiomas, en qué lugares, etc.

Pero para llevara a cabo este planteamiento hay que reflexionar profundamente en la realidad en la que estamos y en el futuro que estamos pergeñando, en cómo nos estamos preparando.

El filósofo y pedagogo José Antonio Marina, en una entrevista concedida  al periódico El País el 30 de octubre de 2019,  a través de su libro Historia visual de la inteligencia, en el que repasa la historia de la humanidad hasta la inteligencia artificial, analiza aspectos claves del desarrollo de la formación del cerebro humano desde la infancia. Cito a partir de aquí y en cursiva, algunas de sus acreditadas opiniones:

Se está extendiendo una idea destructiva: ¿para qué lo voy a aprender si lo puedo encontrar en Internet?

En la primera infancia, hasta los siete u ocho años, en el cerebro se establecen las conexiones neuronales, pero hace 15 años se descubrió que entre los trece y dieciocho años se rediseña el cerebro y los grandes hábitos se implantan mejor y se pueden corregir fallos educativos.

El uso de móviles dificulta la atención voluntaria. Al mirarlo y volver a la tarea se puede perder hasta el 40 por ciento de la información que manejamos y esto se puede repetir 300 ó 400 veces al día. Hay mucha gente no nativa digital que empieza ahora por el móvil a tener dificultades para leer un texto medianamente largo. Esto es un empobrecimiento intelectual absoluto y dramático.

La rapidez en el aprendizaje es lo que nos ha definido como especie.

La tecnología está haciendo las cosas tan fáciles que empieza a resultar casi insoportable hacer un pequeño esfuerzo. Queremos que una aplicación lo resuelva todo.En 2040 ó 2050 habrá cambios en el trabajo y un desembarco de sistemas potentísimos de inteligencia artificial, microimplantes neurológicos, drogas de la memoria…

El libro aborda cómo el mundo de la inteligencia artificial maneja muy bien la parte cognitiva, pero no la parte emocional que es la que nos lleva a tomar decisiones.

No será malo, sino todo lo contrario, reflexionar sobre estas ideas para entender mejor a los que venimos del pasado tecnológico y para dejar de mirarse el ombligo los modernos presentes, para abordar mejor el futuro, tan apasionante como incierto.

Javier de Pablo, Secretario de GFWF