Pues habrá que tenerlo en cuenta

En GFWF el objetivo es el de trabajar en la investigación, estimación y predicción de cómo evolucionará el mundo del trabajo en el futuro y buscar, proponer y encontrar soluciones a este reto en beneficio de las personas que integran el mundo laboral global.

La realidad de nuestro entorno evoluciona, especialmente en los últimos años, a una velocidad vertiginosa, que la hace cambiante y repleta de novedades desbordantes en expresiones, nuevos términos conceptuales y nuevas realidades que, en muchos casos, aceptamos como comunes en nuestras vidas diarias, sin saber qué significan ni en el idioma en que las usamos, ni siquiera en el nuestro propio.

Realidad virtual, que aceptamos con naturalidad a pesar de que, por definición, lo real no es virtual, ni lo virtual puede ser real; infoesfera, nuevo realismo definido como realidad simulada indistinguible de la real; algoritmos, el gran concepto de moda, que muy pocos saben qué son, pero que aceptamos como la verdad revelada; fake news, es decir, bulos en español, más claro y más corto, pero no “internacional”; máquinas inteligentes que lo que tienen es un programa (software) más o menos complejo para que opten por una u otra alternativa programada según la información recibida en cada momento; y por último, en este breve resumen, la inteligencia artificial, el gran descubrimiento que amenaza con que, a través de su aplicación y desarrollo futuro, en combinación con la bioingeniería, según el científico Rafael Yuste, ideólogo del Proyecto Brain, se descubrirá el funcionamiento del cerebro y se descifrarán las bases físicas de la libertad. En unas décadas se podrán manipular los pensamientos, dirigir los sentimientos, alterar los recuerdos o falsear las emociones.1 ¡Terrorífico!

¿Qué podemos hacer? ¿Creerlo y dejarlo llegar, o buscar y encontrar soluciones?

El filósofo alemán Markus Gabriel, de 39 años2, máximo representante del nuevo realismo filosófico opina que en la crisis en la que estamos inmersos, los filósofos no tienen que diagnosticar, sino reparar, y propugna hacerlo a través de una profunda reflexión filosófica: la filosofía europea, la de los valores humanos universales, la que va contra los gurús de Silicon Valley, que nos han convertido en proletarios digitales a su servicio.

Considera que la crisis de representación actual da lugar a que creamos que no podemos conocer la realidad, que asistimos a un nuevo tipo de propaganda que trata de decirnos que no sabemos lo que sabemos. La deriva de la infoesfera y la inteligencia artificial y sus estragos en el pensamiento son preocupaciones a combatir con un nuevo mandato moral para la filosofía en la era digital.

En su opinión hay mucho de marketing y mito en la creencia de ir hacia un mundo automatizado en el que las máquinas inteligentes funcionen de manera autónoma. Siempre habrá humanos detrás de las máquinas, la inteligencia artificial ni existe, ni existirá, es una ilusión, es un software hecho por humanos para explotar a otros humanos. Cuando se usa un buscador se deja rastro, se produce algo, se trabaja y ese trabajo, con algoritmos realizados por humanos, se utiliza para anticipar comportamientos y ganar dinero generando el proletariado digital.

Para enfrentarse a  esto, ahora es el momento de alumbrar una filosofía europea consistente en luchar juntos para lograr una emancipación filosófica de la humanidad, basada en los valores humanos universales, en que los humanos somos más inteligentes de lo que pensamos, en que podemos pensar en el universo en su totalidad y que se podrá lograr trabajando juntos la filosofía, la política, la industria…

Dese otro punto de vista, Antonio Rovira, catedrático de derecho constitucional del la UAM1 define la Liberty como un proceso fisiológico en el que cientos de millones de neuronas conectadas y culturalmente alimentadas producen las decisiones, elecciones, equivocaciones y rectificaciones. Nuestro libre albedrío depende de que dispongamos de la salud suficiente para gobernarnos a nosotros mismos y, además, las neuronas para funcionar necesitan que estemos juntos, en sociedad, para alimentarse de los impulsos exteriores e interiores, presentes y pasados, que recibimos de la familia, la educación, los medios, etc.

Y ahí está el problema, porque ahora la convivencia está en las redes sociales y en ellas, el que miente, triunfa, por lo que hay que tener cuidado con las informaciones falsas porque destilan rabia y son el instrumento utilizado por los fabricantes de fake news para conquistarnos a través de nuestro cerebro.

Naturalmente navegar por las redes es necesario, pero el problema es que nuestras estructuras políticas no pueden hacer casi nada para protegernos y estamos en manos de los teléfonos espías, los aparatos inteligentes y los algoritmos que entran en nuestra mente sin necesidad de tocar nuestro cuerpo. Tenemos que vivir conectados, pero de otra forma.

¿Y qué podemos hacer? No hay otra alternativa que fijar nuevas reglas, nuevos derechos que protejan nuestra alma diferenciadora, la incolumidad del funcionamiento fisiológico de la libertad y la política es la única salida y, para defender nuestro libre albedrío necesitamos fortalecer sus estructuras, reforzar el Estado democrático con un “contrato social” más global, más europeo. Europa nunca ha sido tan necesaria para garantizar los derechos y éste es el desafío inevitable y urgente para seguir siendo lo que somos: libre-mente.

Desde ambos puntos de vista se concluyen cuestiones comunes: las mentiras intencionadas, la desprotección en aumento, la dependencia y la necesidad de que Europa, por la vía de la filosofía europea o del contrato social actúe para superar y contrarrestar la situación actual y corrija su deriva.

Finalmente una opinión de Nietzsche: “la filosofía es el intento incansable de dañar la estupidez”.

Pues habrá que tenerlo en cuenta.

Javier de Pablo, Secretario y Consejero financiero GFWF

  1. Antonio Rovira: Libre-mente. El País 4 de mayo de 2019
  2. Ana Carbajosa. “Silicon Valley y las redes sociales son unos grandes criminales”. Entrevista a Markus Gabriel. El País 1 de mayo de 2019